jueves, noviembre 23, 2006

Porque el mundo me hizo así

Un nuevo problema despierta preocupación en el mundo de los negocios corporativos: la capacidad intelectual desarrollada por un número creciente de sujetos para superar, mediante respuestas falsas y simulación de perfiles psicológicos determinados, los exámenes de personalidad que sirven de barrera de entrada a las nóminas de las empresas más prestigiosas.
En opinión de Richard Griffith, profesor del Instituto Tecnológico de Florida, la batería de tests y ejercicios mentales utilizados por los departamentos de recursos humanos han venido perdiendo su efectividad como muralla separadora de las enormes oleadas de profesionales desempleados y sus sueños de no morir sin disfrutar de las frugales glorias de un quince y un último.
Aunque el experto piensa que los cuestionarios pre-empleo son mucho mejores que las entrevistas personales a la hora de vaticinar el futuro desempeño de un trabajador, reconoce que “es muy fácil mentir en estos instrumentos psicológicos, porque los candidatos intentan predecir la respuesta correcta, la cual puede cambiar según el tipo de empleo”.
Griffith inició sus investigaciones con estudiantes de diferentes entidades de educación técnico-profesional, a quienes solicitó responder con honestidad un test de personalidad. Seis semanas después reunió al mismo grupo de jóvenes, y les informó que les aplicaría nuevamente el test, pero en esta ocasión para enviar sus resultados a una empresa de colocación de empleos. Al final pudo comprobar que más del treinta por ciento de los estudiantes había modificado sus respuestas para obtener mejores resultados.
“Ante el permanente desafío de contratar al candidato correcto, más empresas han adoptado tests psicológicos en los últimos años. Alrededor del setenta por ciento de los puestos bajos y medios de las grandes empresas incluyen este tipo de pruebas. Los diseñadores del instrumento analizan el puesto de trabajo disponible, determinan las características requeridas para la responsabilidad asignada y elaboran las preguntas. La respuesta correcta depende de lo que esté buscando el empleador: lo que es bueno para un trabajo puede ser malo para otro. Por eso, las respuestas engañosas afectan sustancialmente la capacidad predictiva de estas pruebas”, explica Griffith.
Sin embargo, considero apresurado aseverar, sin más ni más, que los desempleados son los villanos de esta historia. Tenemos también que analizar la frustración que supone para todo profesional acudir a una empresa a fin de aspirar al cargo de Gerente de Mercadeo para América Latina y la Vía Láctea, y encontrarte con un taciturno oficinista de Recursos Humanos que te hace llegar una hoja en blanco para que le hagas un dibujo y le pongas un nombre a algo que, a fuerza de humillante, no tiene nombre.
Entonces comienzan los problemas, porque si se te ocurrió dibujar un árbol sin raíces, incurriste en el error de revelarle a la empresa que eres un desarraigado. Si por el contrario, pusiste las benditas raíces, pues también la volviste a batear de jonrón porque eso significa que eres una persona que será imposible de sacar, ya que sólo sueñas con eternizarte en la compañía y hacerte de una jubilación.
En fin, todo un drama que hace que tanto hombres como mujeres, puestos a hablar con su futuro empleador, terminen parafraseando a Groucho Marx y digan: “Esta es mi personalidad. Pero si no le gusta, tengo otras”.

jueves, noviembre 16, 2006

El infierno es retroactivo

Es poco improbable que incurra en una abominable exageración cuando afirmo, de manera tajante, que dudo que exista en Venezuela alguna persona que no haya padecido, a lo largo de su trayectoria laboral y profesional, la dolorosa experiencia asociada con el cobro de un pago de carácter reatroctivo. Un verdadero vía crucis que no se cansa de desmentir la lúcida frase según la cual “la hora más sombría no dura más de sesenta minutos”. Y es que, en algunas ocasiones, la pobreza se empeña en imponernos su propia cronología.
El maestro y el pensionado, el becario de Fundayacucho y el trabajador amparado por una contratación colectiva, todos ellos ven hermanados sus disímiles destinos en la subyugante pero esquiva promesa del retroactivo: un dinero que aunque supuestamente les pertenece, bien por derecho, bien por torcido, terminarán cobrando el famoso día de la mamá de Tarzán por la tarde.
Es el círculo del retroactivo una circunferencia viciosa. Su dinámica de ensueños y de engaños comienza muy temprano, con el rumor en los pasillos del trabajo (o en los runrrunes reseñados en la columna de chismes periodísticos) acerca de la aprobación de un pago retroactivo, único y extraordinario, como consecuencia de la firma de una nueva convención colectiva o la entrada en vigencia de un aumento salarial.
Rápidamente el iluso beneficiario activa sus redes informales en los departamentos de Finanzas o de Recursos Humanos, a fin de conocer con propiedad la cuantía y el día exacto de cancelación del inesperado desembolso monetario. Su contacto le responde que no maneja dicha información. Sin embargo, éste no le cree. El iluso beneficiario no lo sabe, pero inconscientemente precisa de una mentira para continuar viviendo, o, al menos, seguir laborando. Es tal vez por eso que su amigo se anima a mentirle y a susurrarle, con voz cómplice, la fecha en la cual su cuenta nómina superará el promedio mensual de seis cifras bajas (Nota del banco: incluye decimales).
Entonces el daño ya está hecho. Los más cautos empezarán a soñar con las cosas en las que invertirán el dinerillo extra, una vez lo tengan en la cartera. Los más arriesgados se irán de tiendas y comprarán, tarjetas de crédito en ristre, cuanto cachivache se les atraviese. Total, no importa. No hay por qué preocuparse. Dentro de dos semanas la empresa, el Estado, Fundayacucho… harán el súper depósito y los plásticos nuevamente estarán en cero.
Pero pasan los días, y el dinero nada. La cuenta se encuentra revolucionariamente roja rojita. La desesperación se acrecienta cuando los amigos de Finanzas y Recursos Humanos no atienden el teléfono. En los pasillos tampoco se encuentran respuestas. La página web del banco está colapsada debido a tantas personas que solicitan su saldo cada diez minutos.
Y lo peor no es eso. Lo peor es que el usurero, que como buen mafioso tiene línea directa con Tesorería, se niega a prestar, dateado como está, algo de fuerza, algo de muna. Será el infaltable jodedor de oficina el llamado a colocar la guinda de la torta al consolarnos: “Tranquilo panita, que la semana que viene pagan el preaño…”. En fin, qué lamentable es la suerte de aquel que teniendo no tiene, que pudiendo no puede.
Qué duda cabe: “El retroactivo”, la novela que a Kafka le faltó escribir. Quizás por eso, en un momento de su vida, el checo inmortal señaló: “Habrá esperanzas, pero no para nosotros”.

viernes, noviembre 10, 2006

Todos colegas

Echo de menos aquellos tiempos en que sólo los economistas sabían de economía. Se trata de la misma lejana época en la cual únicamente los periodistas se jactaban de conocer los vericuetos del periodismo; momento fugaz de la raza humana en la que la elaboración de récipes y chequeos médicos estaba reservado, de forma exclusiva, a los estudiantes familiarizados con el juramento hipocrático.
Hoy no es así. Hoy es distinto. Hoy todos saben de todo. Para conocer las políticas fiscales y monetarias requeridas para vencer la inflación basta con consultar a nuestro vecino de puesto, en la oficina, en el metro, en la camionetica. ¿Por qué? ¿Cómo que por qué? Porque quién mejor que un consumidor, combatiente diario contra la mano invisible del mercado y los vaivenes en los precios de los bienes y servicios, para determinar la trayectoria exacta que nos sacará del vaporón.
Para curar una hernia discal solamente tenemos que levantar la bocina y preguntarle a la voz que se encuentra al otro lado del hilo telefónico, qué monte o guarapo será mejor para restituir la salud menguada. Entonces el novísimo experto, que antiguamente hubiese sido considerado como un yerbatero, se empina en el promontorio de su actual prestigio académico, para recetarnos la ingesta de ruda y la bebida de ron con morrona (si no sabe lo que es, le sugiero que no caiga en la tentación de averiguarlo).
Si hablamos de temas relacionados con el área de la Comunicación Social, la cosa tampoco mejora. Y es que para muchos resulta inaceptable observar como unos pocos sujetos pretenden ejercer un monopolio intelectual sobre un rasgo tan democráticamente distribuido como la expresión oral y escrita. Por ende, en el caldo morado de la comunicación exitosa y efectiva terminan por meter sus diestras y sapientes manos, ingenieros, abogados, administradores y hasta recepcionistas de líneas calientes.
En fin, un verdadero jaleo donde acaban participando, aunque hay que reconocer que de manera involuntaria, figuras de fama inmortal como Nicolás Maquiavelo y el chino Sun Tzu, quienes no precisaron estar vivos para ver en los anaqueles de quioscos y librerías obras como “Conviértase en el Príncipe de su organización” y “El arte de la guerra de las franquicias”.
¿Pero cómo llegamos a este punto? Algunos piensan que todo se debe a los relajados criterios de evaluación y posterior graduación de la más antigua Alma Máter del mundo, a saber la denominada Universidad de la Vida; institución pionera de los estudios a distancia.
Otros, por su parte, consideran que la situación obedece a la nociva magnificación de una frase feliz (“la economía es algo muy serio como para dejársela sólo a los economistas”), la cual terminó haciendo metástasis (“la política es algo muy serio como para dejárselo a los políticos”, “el Derecho es algo muy serio…” y así sucesivamente) hasta terminar agotando el amplio catálogo de profesiones y ocupaciones que constituyen el cuerpo social.
En el fondo quizás se encuentre latente un profundo desprecio por el conocimiento, y más aún, por los medios de adquisición de dicho conocimiento; esto es, las largas horas de estudio y práctica que exige cualquier disciplina científica.
Ya lo decía el francés Honorato de Balzac: “Sólo los mediocres piensan en todo”. O en palabras del sabio Arquíloco: “El zorro sabe muchas cosas, pero el puercoespín sabe una muy importante”.

jueves, noviembre 02, 2006

Deje su mensaje

Puede que se trate de una fobia personal, pero a veces pienso que nada resulta más frustrante que vernos obligados a dejar un mensaje en una grabadora. Comunicación fracturada y de paso facturada. Oscuro trance que pone de relieve las escasas fuerzas de nuestros deseos (ya de conversar, ya de saber del otro) para echar abajo el muro inasible de la ausencia.
Cada uno tiene su forma particular de interactuar con las contestadoras. La mía, debo confesarlo, es de las más patéticas del inventario: No bien termina de sonar la señal, empiezo a gaguear algo que pretendo sea un mensaje claro y conciso, pero que guarda más parecido con los ladridos lejanos de un perro escapado de una jauría condicionada por el científico Pavlov. “Te-te lla-llamo pa-para saber co-cómo estabas…”. Si se me ocurriese rematar mis palabras con la frase “eso es todo amigos”, nadie dudaría del autor de la llamada: Porky el cerdito. Es por esta suerte de miedo escénico que muchos prefieren tratar de comunicarse más tarde.
Hay quienes sienten por las grabadoras el mismo miedo cerval que invade a muchos de los pobladores de tribus originarias cuando son enceguecidos por el flash fotográfico: la posibilidad de perder parte de su esencia, la misma que luego se queda encerrada para la posteridad en un papel.
Puesto a escoger, me inclino a pensar que los jirones del alma tienen más posibilidad de quedar trabados en el mensaje telefónico. El hilo de la voz es también el hilo de Ariadna: nos permite llegar al ovillo definitivo de una intención, de una personalidad. Muchos de nosotros creemos presentir con mayor certeza la voz de la verdad que la imagen de la verdad. Sólo el retrato de la violencia y las huellas dejadas por su devastador paso nos hacen deponer nuestras suspicacias frente a la siempre presente amenaza del montaje visual. En palabras de uno de los personajes de la novela Esperando a los bárbaros de J. M. Coetzee: “El dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a dudas”.
Pero la forma también es el mensaje. Por eso, podemos afirmar que nuestro fallido interlocutor también quedará revelado en las palabras que seleccione para la grabadora de su teléfono. El vacilador nos dirá: “¡Aló! ¡Aló! ¡Aló! No te escucho bien hermano. Mejor deja tu mensaje”; aunque ya para ese entonces seguramente estaremos roncos de tanto gritar “soy yo, soy yo”.
El paranoico sólo se limitará a susurrarnos: “555555. Deja tu mensaje”, sin revelar nombres o apodos que pudiesen facilitar las labores de identificación. El chamo cool nos “malandreará” con un escueto: “Ya sabes lo que tienes que hacer”. El empresario del “matatigrismo” no desaprovechará la oportunidad para recordar que dejes tu número o correo electrónico de contacto; mientras que los enamorados encargan al objeto de su pasión la grabación del mensaje. Finalmente, los seres tímidos prefieren que sea el robot de la operadora telefónica el que anuncie su imposibilidad de atender.
Sin embargo, a la hora de consignar anécdotas relacionadas con las personas y sus contestadoras, me quedo con la melancólica confesión de un amigo: “Lo que me gusta de la grabadora es que es la mejor demostración de que alguien, en un momento y un lugar determinado, pensó en mí y quiso dejar constancia de ello, anulando así el silencio y el olvido”.
Ya nos lo decía el español José Bergamín: “Sólo los solitarios pueden sentirse solidarios”.