Como si fuese un vestido demasiado estrecho, al
padre Guido el mundo ya le aprieta. En su pequeña habitación, en compañía de un
puñado de libros y apenas confortado por las delicias salidas del fogón de la Casa
del Clero, «el jubilado del espíritu» redacta una carta que le sirve de
pretexto para rememorar la desesperada encomienda que lo llevó a visitar por nueve días la frontera oriental de
Italia.
«Es extraño lo cerca que siento —o mejor, lo
cerca que están de nuevo, desde hace algún tiempo— aquel octubre de 1944,
aquella inverosímil región de Carnia ocupada por los alemanes y sus aliados
cosacos, y hasta aquel oficio con el que el obispo de entonces —creo que por
consejo de nuestro inolvidable padre Cioppi, rector del instituto salesiano de
Tolmezzo— me invitaba a trasladarme a Carnia con el propósito de interceder
ante los cosacos, al objeto de que pusieran fin a los ultrajes y atropellos que
infligían a aquellas pobres poblaciones», recuerda en su misiva el protagonista
de Conjeturas sobre un sable
(Anagrama, 1994), novela del escritor triestino Claudio Magris.
En 1944 una compañía de viejos soldados de
variado origen (osetos, cosacos, armenios, georgianos, turquistanos,
circasianos de Azaerbaiján), desterrados de las tierras de sus ancestros por la
Revolución Bolchevique, conquistan el noreste de Italia para establecer allí, en
los límites con Austria y Eslovenia, la nueva patria cosaca. La operación la encabeza
el atamán Piotr Krasnov, un oficial retirado del ejército zarista devenido socio
del nazismo por dos turbias razones: la obsesión por vengar la injusticia
histórica cometida contra su pueblo y la urgencia de hacerse con cuantiosas
unidades de apoyo militar. La suya es,
en palabras del narrador, una sincera pero desviada pasión por la libertad, que
lo condena a una mecánica esclavitud: «Krasnov ya no quería darse cuenta de
nada, lanzado como un peso muerto en aquel abismo que se hacía la ilusión de
haber elegido».
El padre Guido, en su larga carta, entreteje el
recuerdo de estos y otros hechos históricos con reflexiones propias de un ser
religioso. Nos relata su llegada a Carnia, para luego interrumpir la
descripción con una densa disquisición acerca del libre albedrío y su
compatibilidad con la inteligencia divina, ésa que sabe el porvenir que aguarda
a los pueblos y conoce las acciones que mañana serán ejecutadas por las
personas, de suerte que «parece todo ya decidido, incluso el bien y el mal que
habremos de realizar». Habla también de su encuentro fortuito con un oficial
cosaco —posiblemente Piotr Krasnov («o solo es mi fantasía la que me lleva a
creer que detuve en la calle a un caudillo, para sentirme un mini-Hegel que no
se limita a mirar a un Napoleón en escala reducida, a un pequeño Espíritu del
Mundo a caballo, sino que se le pone audazmente delante y le dirige la
palabra»)—, para después desviar el relato hacia una divagación sobre el
advenimiento de la muerte, momento decisivo en la vida de un cristiano, cuando
«se despliega su verdad definitiva».
La alusión a la muerte no es aislada ni antojadiza.
De seguidas, el sacerdote nos comenta una noticia aparecida el 13 de agosto de
1957 en el Corriere di Trieste, donde
se informa acerca del traslado a Alemania de tres cadáveres exhumados en el
cementerio de Villa Santina (uno de ellos, aparentemente, el del general
traicionado y derrotado Piotr Krasnov): «Se leía en la crónica que “estaban los
alemanes llevando a cabo uno más de sus enredos en perjuicio del atamán, su
iluso e ingenuo aliado”, cuando entre la tierra removida por el sepulturero
para llevarse los desechos abandonados por los tres oficiales despuntó la
empuñadura de un sable, la periodista no había dudado de que se trataba del
sable de Krasnov y le había parecido el símbolo de una última rendición, casi
de una expiación por el mal que había acarreado y al mismo tiempo un don digno
y humilde. En el Corriere di Trieste viene
la fotografía de esa empuñadura, a la que le falta la hoja. Una empuñadura
parda y curva, finamente engastada, que parece sugerir soledad: promesa de
gloria y sello de vanidad, breve ilusión de seguridad y apoyo para la mano que
la aferra y cree sentirse menos sola en el fluctuar de las cosas. La tierra
restituyó aquella empuñadura, pero no así la hoja: un arma que no puede herir,
estandarte sin regimiento o caballo sin caballero. Esa empuñadura, en la
fotografía, tiene un algo de impávido, un gesto grandilocuente de desafío, que
amenaza con aquello que no podría jamás poner en práctica».
Los hechos sugeridos en la crónica no encajan con
las investigaciones del sacerdote en retiro. Desmienten las revelaciones
encontradas en libros de la Biblioteca Municipal, consultados gracias al
servicio de préstamo de obras. Tampoco concuerdan con los testimonios
personales del general Varat ni con las conclusiones del centenar de ensayos,
revistas y folletos de divulgación histórica compulsados por el padre Guido en el
cuarto de la Casa del Clero; documentos enviados, de manera oportuna y gentil, por
el encargado del Instituto para la Historia del Movimiento de Liberación y dos
párrocos del Friuli. El reportaje del Corriere
di Trieste, por ejemplo, nada dice del historiador Pier Arrigo Carnier, quien
afirma que el atamán Krasnov rindió su sable al ejército inglés el 27 de mayo
de 1945 en Austria, tras negociar un acuerdo —incumplido finalmente—para evitar
ser entregado a las autoridades soviéticas. Esta falta de rigor periodístico se
aviene mejor con la tradición oral, cultivada por los contertulios del bar Stella d̕oro, según la cual Krasnov
cayó muerto en una emboscada de la Brigada Garibaldi en un sector propincuo al
arroyo San Michelle.
«Toda esta historia complicada e inconexa no es
sino una historia de fugas, a menudo disfrazada de asaltos y de avances, y tal
vez por eso la siento tan cercana, ya que, salvo los raros momentos en que se
vive en gracia de Dios, en gratificadora armonía con las cosas que nos rodean,
toda la vida me parece una fuga, un derrotero atosigador y atosigado (….) No
estoy buscando la verdad, sino más bien las razones que expliquen el
falseamiento de la verdad. Hasta para lo que respecta a Krasnov la verdad es
una, clara y simple, como siempre. El sí es sí y el no, no, como dice el
Evangelio y eso es todo (…) La ambigüedad es un pretexto de los débiles, para
achacar al mundo su incapacidad de discernir, como un daltónico que acusase a
la hierba y a las amapolas de tener colores indistinguibles», reflexiona el
recoleto.
La comprensión de la última aventura de Piotr
Krasnov termina por ser una indagación sobre la naturaleza del mal y la
estrecha relación que guarda con el mesianismo. También, por supuesto, el
análisis de una existencia que nunca se queda quieta y se mueve en ámbitos
antitéticos: de general de un ejército disuelto a exitoso autor de novelas
históricas (el padre Guido refiere en su carta el criterio informado de su
amigo el padre Caffaro, lector voraz, quien alaba la calidad literaria de
algunas líneas pergeñadas por el atamán) y de allí a padre fundador de la
patria cosaca.
«Son los primeros pasos en el mal aquellos de
los que debemos guardarnos; cuando ya estamos encaminados, cualquiera que sea
el sendero, es difícil volver atrás, como para quien es esclavo del vino y se
hace ilusiones de que después de haber vaciado la botella que tiene delante, la
última y luego basta, podrá dejar de beber (…) Krasnov ya no tenía oídos para
ninguna historia verdadera, sino solamente para su propia declamación, que
repetía para sí mismo. “Era el ejemplo palpable de un trágico malentendido al
que debemos asistir demasiado a menudo”, decía el padre Caffaro, “es decir, el
de un hombre bueno que hace el mal”. Entiendo lo que quería decir. Como he
señalado ya más arriba, los gestos, de los que me ha hablado mucha gente, con
los que cogía del brazo a su mujer o hablaba en la calle con los campesinos o
los niños, eran reveladores de un hombre que sabía lo que eran el amor y el
respeto hacia toda criatura humana. Y por el contrario blandía el sable para
crear un mundo que, si su sable no se hubiera perdido, no habría conocido ni el
amor ni el respeto, y del que él habría sido probablemente una de sus primeras
víctimas. Bajo su ostentado rebuscamiento aristocrático tenía lugar un proceso
elemental, tosco, estoy por decir. Trataba instintivamente de igual a igual a
un montañés que acarreaba leña, y habría tratado del mismo modo a cada uno de
ellos, pero su odio forzado por las ideologías le hacía reo de la más
abstracta de las ideologías, que él confundía con la realidad inmediata y le
impedía pensar y sentir en plural. Si primero uno y luego otro y más tarde un
tercer montañés se convertían en los montañeses, entonces ya no se acordaba de
que eran uno, dos o tres de aquellos hombres con los que él sabía ser amable,
sino que advertía entonces en ellos una oscura amenaza, una reivindicación, el
acoso de una muchedumbre que le daba la impresión que quería tirarle del
caballo. Y entonces sentía la necesidad de defenderse, el impulso irrefrenable
de emprenderla a sablazos a su alrededor», comenta el padre Guido al describir
el perfil psicológico de Krasnov.
Conjeturas
sobre un sable
es una historia de traiciones y de personas que han sido traicionadas Una
historia donde resulta imposible identificar al verdadero traidor. Una historia
de hombres imposibilitados para mirar más allá del caos de cada día, obsesionados,
como están, con la idealización de una realidad que espanta la paz y niega la
libertad.
«Es característica de quien está acosado por la
muerte aferrarse a la hora de paz que consigue arrebatar, aunque ésta en
realidad precipite su fin. La jeringuilla con la que un drogado se pincha, le
quita años de vida, pero le regala un día. Tal vez estemos viviendo también
nosotros de esa forma», (nos) advierte el padre Guido.
Etiquetas: Lecturas, Literatura, Magris
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